La tumba

Texto publicado originalmente en el Taller de escritura creativa nº 43 de Literautas, pulsa aquí para ver las bases del taller y los escritos de otros participantes.

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Susana esperaba en la soledad del camposanto. Observándola allí de pie, con gesto sombrío y vestida de riguroso luto, cualquiera podría asegurar que era una viuda en trance destrozada por la pérdida.

Pero ella ya no sentía pena, rabia ni tampoco tristeza. Ya no le quedaban lágrimas por secar ni lamentos que pronunciar. A pesar de la imagen que pudiese evocar su presencia en aquel lugar, Susana no echaba de menos al marido que había perdido hacía demasiado tiempo, sino las formas y situación en la que la había dejado.

Él se había marchado y ahora era definitivo. Como siempre, Pedro había impuesto su voluntad sobre la de ella. Actuado sin tener en cuenta las consecuencias o los sentimientos de los que dejaba atrás. Y, también como era habitual, Susana era la que sufría las secuelas de ese comportamiento.

Aunque ésta, al fin habría sido la última vez. Pedro había constatado que su voluntad estaba por encima de la de los demás. Hasta con el último de sus alientos se aseguró de ello. Y a resultas, Susana, que le había seguido como una buena mujer, quedaba sola para hacerse cargo. Tontamente enamorada de un hombre que la ignoraba y atada a un matrimonio fracasado hacía años.

Quizás ese era el problema, no haber roto a tiempo. Pedro había sido un joven guapo, apasionado e idealista. Un zalamero encantador e irresistible que la llenaba cada día de atenciones y promesas vacías que llenaban su cabeza de sueños imposibles. Susana se había enamorado de tal modo que estuvo siempre dispuesta a cualquier sacrificio voluntario sólo por él.

No fue sino conforme los años fueron pasando, a medida que él permanecía caprichoso y ella veía sus actos de amor ignorados, cuando se acabó por convertir en otra mujer.

Seguían juntos por necesidad, por costumbre o mutua desidia… O quizás porque Susana le había perdonado tantas cosas, había hecho tanto y hasta tal punto que, sencillamente era lo más normal.
El sonido de unas rodaduras acercándose de manera torpe entre las sepulturas retumbó en la soledad del cementerio arrancando a Susana de su desolado éxtasis.

—Disculpa la tardanza. Me costó montar la silla. Todavía no tengo práctica —se excusó el hombre a modo de saludo.
—¿Está todo bien?¿Has arreglado los documentos?
—Sí.—Él vaciló rascándose el cogote antes de continuar—. Tengo que agradecerte que…
—No tiene importancia. —Cortó Susana levantando una mano.
—Aún así, no tienes ningún motivo para renunciar de esta forma después de lo que él hizo.
—Alguien debe arreglar lo que Pedro destrozó a su paso.
—Es injusto que seas tu quien asuma esa responsabilidad.
—No dejaba de ser mi marido y mi conciencia me impide pasar por alto ciertas injusticias.

Ambos miraron la inscripción de la lápida dejándose envolver por el silencio.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —insistió él al cabo de un rato—. Puedo buscar otro sitio.
—Esto no deja de ser un trozo de tierra cualquiera en el que poner una piedra grabada. Además, él era su padre y ella era su madre. Es mejor enterrarlos en el mismo lugar.
—¿Y qué pasará después?¿querrás que te entierren aquí con un marido que fue infiel y la amante que le dio una hija?
—Sinceramente me da igual. Enterrarla en otro sitio no ocultará su existencia ni lo que Pedro hizo.¿Qué sentido tiene torturarse por unas cenizas?

Ambos observaron a la pequeña sentada en su silla de paseo, con la ropa desarreglada, el pelo despeinado y el chupete puesto del revés. La niña les miraba sin perder detalle. Parecía entender la solemnidad del acto, a pesar de no alcanzar siquiera un año de vida.

—Siempre se negó a tener hijos —reconoció Susana con cierta pena—. Nunca conseguí convencerle.
—No tengo claro que él quisiera tenerla, pero mi hermana siempre conseguía lo que quería.

Susana se inclinó con una sonrisa amable para adecentar de forma cariñosa a la pequeña mientras ésta demandada con una retahíla de simpáticos balbuceos que la sacase del confinamiento de la silla.

—Hace frío, podemos firmar los papeles mientras nos tomamos un café.
—¿No te importa?
—Ella sólo es otra víctima de Pedro, no puedo culparla.

Como si de una curiosa estampa familiar se tratase, la pequeña dialogaba ininteligiblemente con los adultos mientras se encaminaban hacia la salida esquivando las tumbas. Los infantiles farfullos resonaban por todo el cementerio como una caja de ecos dotando el lugar de una extraña energía.

Algunas veces, una vida debe terminar para que otra pueda continuar.

 

8 comentarios en “La tumba

  1. davidrubios dijo:

    Muy buen texto Ebea, sobre todo, de mitad en adelante pasada esa introducción en la que se explica cómo era el marido. Fíjate que si leemos a partir de “el sonido de unas rodaduras…” la historia se comprende igual y es mucho más visual.
    En cuanto a diálogos y puntuación te dejo está entrada en la que recomendaba tres artículos sobre el tema de L.M. Mateo, son muy ilustrativos.https://relatosensutinta.blogspot.com.es/2017/01/tesoros-de-enero-de-2017.html

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    • EBea dijo:

      Gracias David por tus comentarios.
      Estoy de acuerdo con que el texto a partir de donde indicas tiene sentido y resulta más visual, sin embargo creo que la introducción es necesaria para entender mejor el personaje de Susana y por qué sus actos tienen significado.
      No es solo una mujer que permite que entierren a la amante de su marido con él, sino que fue una mujer que estuvo profundamente enamorada de un ingrato, una mujer que al fin podía dejarlo todo atrás y sin embargo elige estar al lado de la niña, a pesar de quien es y lo que representa, un matrimonio fingido, hijos que nunca ruvo, pasión….

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      • EBea dijo:

        No sé si me explico, creo que la introducción le sirve al lector para dar mas significado a la acción, aunque la acción por sí sola también tenga valor.

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  2. Wolfdux dijo:

    Lo correcto sería escribirlos así:

    «—Disculpa la tardanza. Me costó montar la silla. Todavía no tengo práctica —se excusó el hombre a modo de saludo.» (faltaba el espacio entre «práctica y el inciso, lo pongo en minúscula porque es un verbo «dicendi»)

    «—Sí. —Él vaciló rascándose el cogote antes de continuar—. Tengo que agradecerte que…» (hay que colocar el punto tras el «Sí», y comenzar el inciso con mayúscula, ausencia del verbo «dicendi»

    «—No tiene importancia. —Cortó Susana levantando una mano.» (igual que en el diálogo anterior)

    «—¿Estás segura de que quieres hacerlo?—insistió él al cabo de un rato—. Puedo buscar otro sitio. (faltaba el espacio entre «hacerlo» y el inciso, luego tras la raya que cierra el inciso debe de haber un punto)

    «—Siempre se negó a tener hijos —reconoció Susana con cierta pena—. Nunca conseguí convencerle.» (igual que el diálogo anterior)

    PD: No me he leído el enlace que has puesto (pero lo leí hace tiempo y creo recordar que estaba bien explicado)

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    • EBea dijo:

      Pues tienes razón, lo acabo de comprobar y hay un espacio antes del guión . El caso es que yo no lo distinguía y entendí que iba todo sin espacios y así lo estuve haciendo a propósito.
      Muchísimas gracias por la aclaración.

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  3. Wolfdux dijo:

    Veo que te has avanzado al recopilatorio, jeje. Habría que revisar la puntuación en los diálogos, hay que dejar espacio entre parlamentos e incisos y puntuarlos según corresponda. Por lo demás, una trama interesante. Consigues ubicar al lector muy bien. Un saludo.

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