La voz del personaje – Olivia

Hola a todos, os traigo otro ejercicio de prácticas narrativas.

En este caso ésta es como la  segunda parte independiente del ejercicio anteriormente publicado en el que se me solicitaba un texto sin límite de palabras en el que se presentase un personaje principal hablando en primera persona con el lector.  Como la vez anterior, en el texto se debe oír la voz del personaje, es decir, que se debe lograr el objetivo de que el lector recree esta charla del personaje principal hablando con ellos.

Como ya he comentado, he procurado trabajar dos formas diferentes entre sí en cuanto a estilo, contenido, personajes y voz interior.

Espero que os guste, abajo estará habilitada la zona de comentarios para vuestros comentarios y críticas. 

Pulsa para leer a continuación.

Olivia

La vida es complicada. Es necesario luchar con ferocidad para salir adelante y conseguir lo mejor de ella, pero también es imprescindible entender que hay que vivirla tal y como nos es servida. Si para comer tocan guisantes… pues que sean guisantes, siempre puedes hacer con ellos un puré.

Me consta que hay quien podría decir que he tenido mala suerte, que no he sabido tomar buenas decisiones, no he perseguido mis sueños o que soy una conformista, pero todo eso sería mentira.
También yo podría deciros que soy feliz con mi vida tal y como es, que me arrepiento de algunas decisiones y que los sueños no se abandonan, sino que se quedan esperando a ser cumplidos, pero tampoco sería del todo verdad.

Cuando era pequeña, mi hermana y yo soñábamos con una vida de película. Fiestas exclusivas con vestidos preciosos, un galante caballero vestido de etiqueta, un trabajo maravilloso, una familia feliz… Las cosas que todas las niñas sueñan alguna vez, ser princesas del nuevo mundo.

La infancia es la mejor época de nuestra vida, llena de ilusiones, emociones, inocencia y futuro. Debo reconocer que la mía fue maravillosa, todo niño merece una similar a la que yo tuve. Si un niño tiene una gran infancia, afronta la vida con otros ojos.

Yo tenía una hermana gemela, Sofía. Ambas crecimos en un piso familiar en una zona fundamentalmente obrera de Valencia. Nuestros padres trabajaban duro para salir adelante y mantener lo poco que poseíamos. Mi madre nos llevaba cada día al colegio cada mañana, por la tarde, después del colegio, de hacer nuestras tareas escolares y merendar bajábamos al parque y nos quedábamos allí jugando y hablando de nuestras cosas con las amigas hasta que nuestro padre nos venía a buscar o hasta que ya no aguantábamos más juntas.
Las tardes de lluvia jugábamos a teatrillos en casa, nuestra madre nos cosía los disfraces más pintorescos y nos grababa en vídeo mientras se desternillaba de risa.

Todos mis recuerdos están ligados a mi hermana de uno u otro modo, es como si el hecho de ser gemelas nos hubiese obligado a compartir hasta los recuerdos, hasta cuando ella no está todo sigue teniendo que ver con las dos. Siendo cada una la extensión de la otra.

Me consta que muchos otros tienen problemas con su familia, los celos entre hermanos y todo eso, pero para mí, tener una hermana es lo mejor que me ha pasado en la vida. No puedo concebir una conexión igual con otro más que con ella.
Nuestras mentes conectadas igual que nuestros sentimientos. Aún pensando diferente, ambas sabíamos lo que la otra pensaría, diría o haría. Siempre juntas en los momentos felices y ante la adversidad, que fue mucha. Siempre luchando y riendo mano a mano, sabiendo que estábamos con alguien que no fallaría jamás.

La quería mucho mucho más que a una simple hermana, además era mi amiga, mi confidente, el paño en el que llorar y el aliento tras mi espalda para luchar. Su historia es un poco mía y la mía siempre será un poco suya.
Y sí, como gemelas nos parecíamos mucho, al menos en lo físico. Es un cliché que todos aborrecen, gemelas idénticas en todo, pero no, creo que nosotras lo llevamos a otro nivel, a fuerza del empeño de nuestra madre por vestirnos y peinarnos iguales, a fuerza de que todo el mundo asumiese que, por ser idénticas nos tenía que gustar por fuerza lo mismo y que haríamos nuestra vida a imagen de la otra… creo que gracias a esa presión de todo el entorno, resultamos ser completamente diferentes.

Cuanto más querían igualarnos, más nos diferenciábamos. Si a mi hermana le gustaba una cosa, a mí me gustaba la contraria y si a mí me apasionaba algo, a ella le aborrecía. Yo era muy creativa mientras que mi hermana era más exacta. A mí me encantaba la historia, la literatura y el arte mientras que mi hermana prefería las matemáticas, la física y la geografía. Muy pocas cosas eran las que nos unían de verdad, salvo, evidentemente el hecho de que nos adorábamos. A pesar de todas las discusiones que pudiésemos tener en el día, cada noche nos pasábamos horas hablando y trazando sueños para el futuro, mil veces compartíamos cama para dormir calentitas.

Estábamos de acuerdo en estar en desacuerdo, ser diferentes, cada una como quisiera, cada una con su vida independiente de la otra. Y tenía gracia, porque a pesar de estar convencidas en no hacer nada igual, creo que nunca planificamos nada de nuestra vida sin tener en cuenta a la otra… no sé, era como algo natural el dar por sentado nuestra mutua presencia.

De mayores, yo iba a ser una gran diseñadora, haría vestidos de alta gama que se lucirían en grandes eventos y pasarelas. Sofía, por supuesto, sería tanto mi agente financiero como mi modelo fetiche. Ella llevaría el fruto de mi trabajo al máximo exponente.
Ella luciría mis trabajos en las pasarelas más prestigiosas alrededor del mundo al tiempo que montaríamos una firma de ropa que ella gestionaría. Sofía llevaría la parte organizativa mientras que yo la creativa. Las dos seríamos famosas y nos perseguirían los actores y príncipes de moda a donde quiera que fuésemos.

Siento una mezcla de nostalgia y compasión por aquellas niñas que un día fuimos. Por todos aquellos sueños, vestidos y proyectos que diseñábamos en las libretas de clase para cuando tuviésemos que ir a recepciones de periodistas, galas de cine y convites con la realeza.

Ojalá la vida no fuese tan complicada. Qué bonito sería vivir un cuento de esos con final feliz. Muchos cuentos empiezan con grandes tragedias, tenemos los padres de Tarzán, Dumbo y no olvidemos a la madre de Bambi ¿Hay alguna película de Disney donde los padres terminen vivos? En fin, lo cierto es que esos sueños que teníamos se fueron diluyendo para nosotras a medida que llegábamos a la adolescencia, que fue cuando nuestra madre enfermó de leucemia.

Éramos unas adolescentes un poco descerebradas por aquél entonces, ¿y quién no lo es me pregunto? Nos gustaba mucho salir con nuestras amigas, bailar hasta destrozar los pies y Sí, la verdad es que si había algo que nos gustaba hacer era tontear con chicos. Nos encantaba jugar con ellos, explorar sus límites, jugar la baza de las gemelas y luego reírnos orgullosas de nuestros triunfos. Como si comportarse de esa manera tan promiscua constituyese un acto digno de alabanza.

Pero antes del diagnóstico, ni mi hermana ni yo teníamos mucha idea de cómo era la vida en realidad y de cómo nos cambiaría aquella enfermedad. Quizás no fue un cambio súbito, pero sí fue drástico y en cuestión de poco tiempo.

Afrontamos la enfermedad creo que con bastante responsabilidad para la edad que teníamos. Todos trabajamos como una maquinaria bien engrasada. Nuestro padre trabajaba de sol a sol para que el dinero no faltase, Sofía y yo combinábamos nuestras clases para no faltar demasiado mientras cuidábamos de mamá. Nos hacíamos los deberes mutuamente y nuestra madre aportaba siempre con el máximo esfuerzo para una sonrisa.

Afrontamos las sesiones de radioterapia, quimioterapia, los vómitos, el malestar y la tristeza de cada confirmación de que la enfermedad seguía ahí. El tiempo se consumía y hacía lo propio con todos nosotros día tras día sin que nos diésemos mucha cuenta ninguno de los cuatro.

Todo se volvió una locura cuanto más tiempo iba sufriendo mi madre su leucemia. Apenas veíamos a nuestro padre y nuestra madre no quería oír hablar de la posibilidad de no salir adelante.
Por las noches, Sofía y yo nos consolábamos la una a la otra porque parecía que éramos las únicas que se daban cuenta de la realidad y que todavía mantenían la cabeza en su sitio en medio de aquella vorágine que nos estaba engullendo a todos.

Nuestro padre se volcó completamente en en trabajo, iba de sol a sol casi como una sombra del hombre alegre que había sido alguna vez. De la obra al hospital y viceversa, descansando apenas unas horas tirado en el sofá, casi sin pisar la casa y, para cuando la pisaba, no se le podía ni hablar de la situación. No sé si realmente necesitábamos tanto el dinero como para hacer todo lo que estaba haciendo o sencillamente no era capaz de afrontar el destino de su mujer y trabajar era su modo de ignorar el problema.

La mala suerte o el resultado de aquellos meses locos de trabajo sin descanso, hizo que una desagradable mañana en febrero mi padre sufriese un fatal accidente en la obra y falleciese en el acto. Así, sin poder despedirse de nadie y sin tener que ver cómo su mujer se moría poco a poco.

Para mí, todavía es duro intentar racionalizar lo que sucedió. Toda una familia luchando contra la enfermedad para evitar la muerte a toda costa y él, completamente sano, se sube a un andamio por milmillonésima vez en su vida para tropezar y caerse al vacío.

A veces las ironías del destino son muy crueles. Sofía y yo tan sólo teníamos diecisiete años y la muerte repentina de nuestro padre fue un golpe más duro que el hecho de ver a nuestra madre consumirse día a día.

No lo pensé hasta varios años después, pero aquello nos afectó profundamente y fue la semilla de todas las decisiones y cambios que nos afectaron después.
El hecho de ver la muerte como algo tan cierto, cercano e inevitable cambió nuestros sueños para el futuro, la manera de afrontar la vida, las prioridades…

Creo que para nosotras fue un momento decisivo en el que nuestros lazos como hermanas se estrecharon todavía más de lo que ya estaban. Dejamos definitivamente atrás la pubertad y nos convertimos en mujeres adultas.
Gracias al dinero de la indemnización de mi padre y la pensión de viudedad de nuestra madre pudimos permitirnos unos meses para terminar el bachiller. Nuestros planes para que Sofía fuese a a la universidad como es lógico, se fueron al traste, las notas habían ido bajando en la última temporada anulando toda posibilidad de beca y el dinero de la indemnización y las ayudas del estado no nos llegarían en ningún caso para afrontar las matrículas o los libros. Así que, Sofía se resignó a no estudiar su ansiada carrera de empresariales.

He de reconocer que Sofía tuvo el temple y la determinación suficiente como para sacrificarse para tomar las riendas de la situación. Aquello la convirtió definitivamente en una hermana y una hija maravillosa y ejemplar.

Tras terminar el bachiller, ella se buscó un trabajo como camarera para poder mantenernos y, ya que ella no podía permitirse su sueño, no dudó en impedirme abandonar el mío. Tanto ella como nuestra madre me alentaron para comenzar los estudios en comercio y artes y oficios artesanales.

Sofía trabajaba en cada local que le ofrecía trabajo, todas las horas y en todos los turnos que podía. Pagaba las facturas, llevaba la casa y atendía de nuestra madre. Todo, con el objetivo de que en casa nunca faltase de nada y yo pudiese terminar mis estudios sin distracciones.
Cada vez que la veía llegar agotada de su trabajo la culpabilidad me carcomía. Quería buscarme algo a media jornada o dejar los estudios, Siempre bromeaba con que, al final, algún día se cobraría el favor y tendría que ser yo la que le ayudase a salir adelante.

Nunca la creí, mi hermana podía hacer muchas cosas, pero jamás fue capaz de cobrarme un favor.
Mi madre logró luchar sorprendentemente contra la enfermedad que regresaba una y otra vez durante unos años más tras la muerte de mi padre. El problema fue que, con cada recaída, su ánimo mermaba un poco más. El recuerdo de mi padre y la continua cantinela de que era una carga para nosotras se convirtió en un peso demasiado grande para llevar ella sola. Y nosotras, por mucho que lo intentábamos, estábamos ya quemadas por la situación.

En abril del 2008, ya cansada de tantos años de lucha decidió que no quería someterse a más tratamientos y morir en paz.
Su muerte nos afectó todavía más que la de nuestro padre, aún siendo más adultas, aún sabiendo que iba a suceder. La semilla dolorosa que se había plantado con la muerte de nuestro padre, comenzó a dar frutos en aquél momento.
Cada una lo afrontamos de una forma diferente y radical. Yo me centré en estudiar, ocupar mi cabeza con datos, patrones, diseños, proyectos, concursos de diseño de moda… cualquier cosa que me mantuviese ocupada y centrada en mi objetivo.

Sofía se centró en recuperar esa vida que nos había quedado por vivir con la enfermedad de mi madre. Volvió a una especie de nueva adolescencia, su aspecto se fue transformando poco a poco al de una muñeca prefabricada, pelo muy rubio, ropa cada vez más llamativa y también empezaron las pequeñas operaciones estéticas, labios, nariz, glúteos… cosas pequeñas y sutiles, pero importantes, porque al fin marcaban una diferencia física y real entre nosotras dos.
Pasó de trabajar en el bar a buscarse algo por las noches, un club de copas, eso le permitía el acceso a más dinero y a las fiestas. Poco a poco, relacionándose con uno y con otro, acabó trabajando de acompañante VIP en una discoteca. Un puesto que le permitía vivir una vida que no habíamos podido hacer nunca. Fiestas lujosas, ropa cara, hombres con dinero… Según iba cambiando el trabajo, iba cambiando ella también. Llegó un momento en el que aquella sofía no tenía nada que ver con la hermana con la que me había criado.
Éramos la noche y el día y vivíamos como tal todavía juntas en el piso de nuestros padres, pero llevando vidas diametralmente diferentes. Yo saliendo por las mañanas justo cuando ella entraba y llegando cuando ella se marchaba.

Entraba y salía sin ningún horario hacia su trabajo y sus fiestas, desaparecía fines de semana enteros, se marchaba de vacaciones con gente que yo no conocía a lugares exóticos o se relacionaba con un hombre diferente cada día.

No, no me entendáis mal, claro que me molestaba que mi hermana aceptase regalos de desconocidos a cambio de Dios sabe qué. Pero era su vida. Después de todo lo que ella había hecho por nuestra madre y todavía hacía por mí, después de sacrificarse sin dar una sola queja o reproche, de estar pagando las facturas de la casa en la que ambas vivíamos, la comida, mis libros, la matrícula de estudios… Siempre con buenas palabras para mi, con una sonrisa de aliento con alegría por mis éxitos…

Jamás le negaría su derecho a hacer con su vida lo que quisiese.

Por mucho que Sofía estuviese cambiando, seguía siendo mi hermana y nos seguíamos queriendo como el primer día, quizás incluso más que cuando niñas. Yo estaba segura que simplemente se trataba de una fase que acabaría superando. Era demasiado inteligente como para dejar que se le fuese de las manos la situación. Y si en algún momento hacía o dejaba de hacer cosas moralmente criticables, no sería yo quien la juzgase pues al beneficiarme sería tan responsable o más que ella.

De todos modos, tal y como yo esperaba, Sofía no tardó mucho tiempo en darse cuenta de las consecuencias que estaban provocando todas aquellas decisiones precipitadas y alocadas que había estado tomando.

Un día sucedió. Llegué a casa después de clases y me la encontré llorando desconsolada en el sofá. Creo que ni ella misma sabía exactamente por lo que lloraba. Las dos teníamos tantos motivos para derramar lágrimas que no hacía falta concretar uno. Y sin embargo, allí estaba, encadenando un motivo con otro.
Lloraba por la vida que había estado llevando, las cosas que había hecho. Lloraba por nuestro padre, por nuestra madre, por la vida juntos que no habían tenido, por las cosas que se habían perdido. Lloraba por mi vida, por los sacrificios que había hecho, por las decisiones incorrectas y también por las correctas, por todos los sentimientos contradictorios, por todo lo que nos había robado la muerte y porque, no sabía muy bien cómo o desde cuándo, tenía una vida creciendo dentro de ella.

Su primer pensamiento había sido el de abortar, pero no se veía capaz de hacerlo. La realidad era que no deseaba hacerlo. No dejaba de planteárselo una y otra vez. No deseaba abortar. Si lo tenía, no sería capaz de entregarlo en adopción. Sola, tampoco podría criarlo. Así que sin saber qué hacer, había hecho lo único que sabía que era correcto, recurrir a la persona que estaría a su lado, a mí.

No nos teníamos más que la una a la otra y yo no podía dejarla pasar por aquello sola. Sus problemas también eran los míos. Todo el amor que tenía y todavía tengo por mi hermana hizo que fuese muy fácil para mí tomar la decisión de quedarme a su lado. Buscar un trabajo a jornada completa y, durante unos años, detener mis proyectos y estudios para ayudarla, tal y como ella había hecho con mi madre para darme la oportunidad a mí.
Xanadú, o Xana como la llamamos cariñosamente, fue una niña muy deseada por las dos. Elegimos ese nombre porque a Sofía le encantaban los musicales. Por dios, fuimos unas niñas de veintitrés años sin dinero, con un bebé a cargo, ninguna idea de qué hacer y sin nadie a quien pedir ayuda. Pero salimos adelante, las tres juntas y haciendo un puré con el maldito plato de guisantes y dispuestas a darnos de tortas con todo lo que se nos presentase por delante.

Creo que cuando un bebé llega a tu vida es cuando de verdad eres consciente de que la vida, a veces, puede ser maravillosa. De que los sueños pueden volver a la vida, pueden cambiar drásticamente o pueden surgir de la nada. Son esos momentos muy intensos y efímeros cuando justo te das cuenta de lo fácilmente que cambian y se pueden torcer las cosas.

Por eso, cuando creímos que nuestra vida era feliz al fin, que los viejos sueños y nos nuevos estaban en marcha, que todo se había encauzado y nada podía ir mal, cuando la leucemia regresó a nuestras vidas una vez más para enseñarnos una valiosa lección.

La vida nunca se sirve como uno la desea, el maldito plato de guisantes vuelve a la mesa una y otra vez.

No tengo palabras para describir lo destrozadas que nos quedamos cuando nos dieron el diagnóstico. Ni que decir tiene que nos hundió casi desde el principio. Sofía se sumió en una depresión horrible de la que ni su hija ni la tonelada de ansiolíticos que tomaba la pudo sacar.

Tras el diagnóstico vinieron los ya conocidos meses de pastillas, quimioterapia y vómitos. El alarmante y rápido deterioro físico y mental de mi hermana sólo se veía agravado por su completo desinterés por los que la rodeábamos. Yo que sé… si el logro de una hija de tres años no mueve la ilusión en una madre ¿Le queda alguna batalla por librar en la guerra? Desde luego si hubo batallas, Sofía no se presentó voluntaria a ninguna.
Sé que suena duro, pero es la realidad, había perdido contra la leucemia en el momento en el que asumió que no querría pasar tantos años como nuestra madre luchando contra ella. Aunque eso supusiese vivir más tiempo con su hija y conmigo. Suena duro, pero las cosas son así
Para mí la pérdida de Sofía fue algo más, como si una parte de mi propia vida se fuese con ella, como si me hubiese quedado incompleta, como si un gran vacío absorbente ocupase el lugar que un día ella ocupó. Realmente creo que pocas personas en el mundo pueden entender el dolor de perder un alma gemela.

La casa y mi vida sólo pudo llenarse con la infantil risa de Xana. Ella se convirtió en el centro de mi mundo, de mi universo diría yo. En lo único y más importante. Para mí dejó de existir todo lo demás, amistades, relaciones, carrera profesional. Nunca llegaban las horas del día para llenarlas de Xana.

Ella todavía era pequeña pero se empezaba a dar cuenta de muchas cosas como la ausencia de un padre, la enfermedad y la desaparición de su madre y la soledad que nos iba rodeando a nosotras dos.
A veces me preguntaba si yo también me pondría enferma o en si algún día estaríamos la una sin la otra y no sabía qué responder. Me daba pánico pensar cualquiera de esas posibilidades, aunque sabía que algún día podrían suceder.
Pensé mil veces en la situación y en si debía o no debía buscar y hablar con el padre de la pequeña para intentar un acercamiento. No por mí, que no quería compartirla, sino por ella. Xana merecía la oportunidad de tener a alguien más en su vida por si yo también le faltaba algún día.

Y sí, justo a continuación pensaba en la promesa a mi hermana y en las veces que me había repetido que no necesitábamos un hombre, que el tipo en cuestión se negaría a saber nada del tema, que su estilo de vida no permitía hijos y en que no se debía contactar con él salvo que fuese completa y absolutamente necesario y siempre preparándonos para librar una dura batalla.

El padre de Xana, al parecer, era un tipo bastante raro. Con mucho dinero, mujeriego y bastante engreído. Sofía me contó que se sintió atraída por él casi de inmediato. Cómo no, sin duda, era el tipo de hombre que le gustaba a ella desde siempre, de los imbéciles con dinero.
Aunque acabó reconociendo sin demasiado entusiasmo que, en el fondo, la había fascinado tanto su comportamiento un tanto reservado y un tanto avieso que había tardado en darse cuenta de lo perturbador del mismo, ahora estaba convencida de que ese tipo no jugaba sino que tenía múltiples y graves problemas mentales.

Por lo que me había contado, sus comportamientos no sólo iban por confeccionar pequeños vídeos pornográficos caseros sino que también le controlaba cada uno de sus movimientos a través de videocámaras, le decía qué vestir, qué comer y cuándo hacerlo, entre otras cosas…

Pero tener ciertos fetiches tampoco es algo malo si se sabe el límite entre el juego y la vida real ¿no? Ya todos sabemos que las 50 sombras han hecho mucho daño en alguna gente que no sabe fijar límites, pero no había sido el caso. Mi hermana había participado en esos juegos voluntariamente durante tres semanas de su vida. No la habían pegado ni insultado ni atado a ningún sitio y se había marchado sin ningún tipo de problema ni otras consecuencias peores que una maravillosa hija fruto del sexo sin protección. ¿Qué problema había con ello? Todos tenemos derecho a cometer estupideces en el pasado y a poder cambiar si se nos ofrece la oportunidad.

Sofía cambió su vida cuando decidió traer al mundo a Xana, hasta yo lo hice cuando decidí apoyarla. ¿Es que él no podría cambiar también?¿no tenía el mismo derecho como padre a que se le diese la oportunidad de decidir sobre su propia paternidad?¿Y Xana? ¿Acaso ella no merecía tener la oportunidad de conocer a su verdadero padre algún día?¿no merecía saber que podía haber alguien más en el mundo emparentado con ella?

De todos modos, pasase lo que pasase, la promesa a mi hermana estaba ahí y, aunque personalmente no estuviese de acuerdo con los motivos por los que ella había decidido ocultar la identidad del padre de Xana, tampoco me quise permitir dudar de mi propia palabra. Me hizo prometer antes de morir que sólo contactaría con ese tipo si no me quedaban más opciones. Y lo he cumplido hasta ahora.

Llegué hasta donde pude, seguí adelante durante años cuidándola como si de mi propia hija se tratase, pero ahora yo ya no puedo hacer más por ella y, después de todo, tengo que contactar con ese hombre, con el padre de Xana.

El bienestar de esta pequeña es lo único por lo que esta promesa se puede romper.

2 comentarios en “La voz del personaje – Olivia

  1. EBea dijo:

    Hola María Jesús, me alegro que te guste mi texto, forma parte de los ejercicios que hago para intentar mejorar mi escritura.
    Yo puedo decir que empecé tarde a escribir, aunque no sea muy real, porque lo hago desde que era adolescente. La cuestión es que nunca recibí formación en este campo y todo lo que hacía lo guardaba celosamente o lo destruía por vergüenza así que es evidente que no he evolucionado demasiado con los años (es más, adquirí hábitos muy perniciosos y difíciles de erradicar en la escritura)
    Hasta la fecha he publicado poco en el blog, no soy muy constante, para ser sincera, aunque tengo un firme empeño en mantenerlo en unos mínimos aceptables.
    Si lees otras historias, recuerda que la de «un marido enmascarado» tienes el prólogo introductorio y los capítulos en la cabecera, no te los leas desordenados o no sé si te enterarás mucho de lo que cuento.
    En fin, espero que te gusten las visitas por mi pequeño recinto.
    Un saludo

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  2. Maria Jesús dijo:

    Hola Ebea: Me ha gustado mucho este texto, lo he encontrado muy fácil de leer. Describes muy bien la vida de Olivia y la relación con su hermana y sus padre. Un texto muy dramático, lleno de sensibilidad. La verdad es el tipo de lectura que yo suelo escoger, cuando me pongo a leer una novela, historias que describan, sin perderse por las ramas, situaciones cotidianas de cualquier tipo. He empezado por ésta porque es lo último que has escrito, pero cada día dedicaré un rato a leer el resto de las historias que tienes aquí publicadas. Yo no tengo blog porque me da mucha pereza, pero tengo tres novelas terminadas y varios relatos. La afición por plasmar mis ideas me llegó tarde. Un saludo.m

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